domingo, 1 de julio de 2012

Sanguis Christi, Verbi Dei incarnati


Festividad de la Preciosísima Sangre del Señor



Por Mons. Juan Hervas Benet


¡Canta, lengua, el misterio del Cuerpo glorioso y de la Sangre preciosa de Cristo; de esa Sangre, fruto de un seno generoso, que el Rey de las gentes derramó para rescate del mundo: "in mundi praetium"!
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Pero, antes de que la lengua cante gozosa y el corazón se explaye en afectos de gratitud y amor, es necesario que medite la inteligencia las sublimidades del Misterio de Sangre que palpita en el centro mismo de la vida cristiana.
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Hay tres hechos que se dan, de modo constante y universal, a través de la historia del hombre: la religión, el sacrificio y la efusión de sangre.
Los más eminentes antropólogos han considerado la religiosidad como uno de los atributos del género humano. La función céntrica de toda forma religioso-social ha sido siempre el sacrificio. Este se presenta como la ofrenda a Dios de alguna cosa útil al hombre, que la destruye en reconocimiento del supremo dominio del Señor sobre todas las cosas y con carácter expiatorio. Por lo que se refiere a la efusión de sangre, observamos que el sacrificio -al menos en su forma más eficaz y solemne- importa la idea de inmolación o mactación de una víctima, y, por lo mismo, el derramamiento de sangre, de modo que no hay religión que, en su sacrificio expiatorio, no lleve consigo efusión de sangre de las víctimas inmoladas a la divinidad.
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La sangre es algo que repugna y aparta, sobre todo si se trata de sangre humana. Sin embargo, en los altares de todos los pueblos, en el acto, cumbre en que el hombre se pone en relación con Dios, aparece siempre sangre derramada.
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Así lo hace Abel, a la salida del paraíso (Gen. 4, 4), y Noé, al abandonar el arca (Gen. 8, 20-21). El mismo acto repite Abraham (Gen. 15, 10). Y sangre emplea Moisés para salvar a los hijos de Israel en Egipto (Ex. 12, 13), para adorar a Dios en el desierto (Ex. 14, 6) y para purificar a los israelitas (Heb. 9, 22). Una hecatombe de víctimas inmoladas solemnizó la dedicación del templo de Salomón.
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Y no es sólo el pueblo escogido el que hace de la sangre el centro de sus funciones religiosas más solemnes, sino que son también los pueblos gentiles; en ellos encontramos igualmente víctimas y altares de sacrificio cubiertos de sangre, como lo cuentan Homero y Herodoto en la narración de sus viajes.
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Adulterado el primitivo sentido de la efusión de sangre, en el colmo de la aberración, llegaron los pueblos idólatras a ofrecer a los dioses falsos la sangre caliente de víctimas humanas. Niños, doncellas y hombres fueron inmolados, no sólo en los pueblos salvajes, sino también en las cultas ciudades. Y todavía, cuando los conquistadores españoles llegaron a Méjico, quedaron horripilados a la vista de los sacrificios humanos. Los sacerdotes idólatras sacrificaban anualmente miles de hombres, a los que, después de abrirles vivos el pecho, sacaban el corazón palpitante para exprimirlo en los labios del ídolo.
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El hecho histórico, constante y universal, del derramamiento de sangre como función religiosa principal de los pueblos encierra en sí un gran misterio, cuya clave para descifrarlo se halla entre dos hechos también históricos, uno de partida y otro de llegada, de los que uno plantea el tremendo problema y el otro lo resuelve, para alcanzar su punto culminante en el "himno nuevo”, que eternamente cantan los ancianos ante el Cordero sacrificado (Apoc. 7, 14), al que rodean los que, viniendo de la gran tribulación, lavaron y blanquearon sus túnicas en la Sangre del Cordero (ibid.), y vencieron definitivamente, por la virtud de la Sangre, al dragón infernal (cf. Apoc. 12, 11).
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El pecado original creó un estado de discordia y enemistad entre Dios y el hombre. Consecuencia del pecado fue la siguiente: Dios, en el cielo, ofendido; el hombre, en la tierra, enemigo de Dios, y Satanás, "príncipe de este mundo" (lo. 12, 31), al que reduce a esclavitud.
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En la conciencia del hombre desgraciado quedó el recuerdo de su felicidad primera, la amargura de su deslealtad para con el Creador, el instinto de recobrar el derecho a sus destinos gloriosos y el ansia de reconciliarse con Dios.
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¡Y surge el fenómeno misterioso de la sangre! El hombre siente en lo más íntimo de su naturaleza que su vida es de Dios y que ha manchado esta vida por el pecado original y por sus crímenes personales. La voz de la naturaleza, escondida en lo íntimo de su conciencia, le exige que rinda al supremo Hacedor el homenaje de adoración que le es debido, y, después de la caída desastrosa, le reclama una condigna expiación. Adivina el hombre la fuerza y el valor de la sangre para su reconciliación con Dios, pues en la sangre está la vida de la carne, ya que la sangre es la que nutre y restaura, purifica y renueva la vida del hombre; sin ella, en las formas orgánicas superiores, es imposible la vida: al derramarse la sangre sobreviene la muerte.
Por otra parte, si en la sangre está la vida -vida que manchó el pecado-, extirpar la vida será borrar el pecado. De ahí que el hombre, llevado por su instinto natural, se decide a "hacer sangre", eligiendo para este oficio a "hombres de sangre", como han llamado algunas razas a sus sacerdotes, para que, con los sacrificios cruentos, rindan, en nombre de todos, homenaje y expiación a la divinidad. Dios mostró su agrado por estos sacrificios (Gen. 4, 4; 8, 21) y consagró con sus mandatos esta creencia al ordenar el culto del pueblo hebreo (Lev. 1, 6; 17, 22).
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La sangre, por representar la vida, fue entonces elegida como el instrumento más adecuado para reconocer el supremo dominio de Dios sobre la vida y sobre todas las cosas y para expiar el pecado. Por eso Virgilio, al contemplar la efusión de sangre de la víctima inmolada, dirá poéticamente que es el alma vestida de púrpura la que sale del cuerpo sacrificado (Eneida, 9,349).
Pero como el hombre no podía derramar su propia sangre ni la de sus hermanos, buscó un sustituto de su vida en la vida de los animales, especialmente en la de aquellos que le prestaban mayor utilidad, y los colocó sobre los altares, sacrificándolos en adoración y en acción de gracias, para impetrar los dones celestes y para que le fueran perdonados sus pecados. He aquí descifrado el misterio del derramamiento de sangre. Su universalidad hace pensar si sería Dios mismo el que enseñara a nuestros primeros padres esta forma principal del culto religioso.
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Los sacrificios gentílicos, aun en medio de sus aberraciones, no eran otra cosa que el anhelo por la verdadera expiación. Por eso se ofrecían animales inmaculados o niños inocentes, buscando una ofrenda enteramente pura. Pero vana era la esperanza de reconciliación con Dios por medio de los animales: no hay paridad entre la vida de un animal y el pecado de un hombre (cf. Heb. 10, 4). Era inútil para ello la efusión de sangre humana, de niños y doncellas, que eran sacrificados a millares: no se lava un crimen con otro crimen, ni se paga a Dios con la sangre de los hombres.
Quedaban los sacrificios del pueblo judío, ordenados y queridos por Dios, pero en ellos no había más que una expiación pasajera e insuficiente.
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Los sacrificios judaicos, especialmente el sacrificio del Cordero pascual y el de la Expiación, tenían por fin principal anunciar y representar el futuro sacrificio expiatorio del Redentor (Heb. 10, 1-9). Estos sacrificios no tenían más valor que su relación típica con un sacrificio ideal futuro, con una Sangre inocente y divina que había de derramarse para nivelar la justicia de Dios y poner paz entre Él y los hombres (cf. Cor, 2, 17). Todo el Antiguo Testamento estaba lleno de sangre, figura de la Sangre de Cristo, que había de purificarnos a todos y de la que aquélla recibía su eficacia. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran, en efecto, de un valor limitado, pues su eficacia se reducía a recordar a los hombres sus pecados y a despertar en ellos afectos de penitencia, significando una limpieza puramente exterior, por medio de una santidad legal, que se aviniera con las intenciones del culto, pero que no podía obrar su santificación interior.
Por lo demás, Dios sentía ya hastío por los sacrificios de animales, ofrecidos por un pueblo que le honraba con los labios, pero cuyo corazón estaba lejos de Él (cf. Mt. 15, 8). "¡Si todo es mío! ¿Por qué me ofrecéis inútilmente la sangre de animales, si me pertenecen todos los de las selvas? No ofrezcáis más sacrificios en vano" (Is. 1, 11-13; 40, 16; Ps. 49, 10).
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Para reconciliar al mundo con Dios se necesitaba sangre limpia, incontaminada; sangre humana, porque era el hombre el que había ofendido a Dios; pero sangre de un valor tal que pudiera aceptarla Dios como precio de la redención y de la paz; sangre representativa y sustitutiva de la de todos los hombres, porque todos estaban enemistados con Dios. ¡Ninguna sangre bastaba, pues, sino la de Cristo, Hijo de Dios!
Esta sola es incontaminada, como de Cordero inmaculado (1 Petr. 1, 19); de valor infinito, porque es sangre divina; representativa de toda la sangre humana manchada por el pecado, porque Dios cargará a este, su divino Hijo, todas las iniquidades de todos los hombres (Is. 53, 6).
Si los hombres tuvieron facilidad para venderse, observa San Agustín, ahora no la tenían para rescatarse; pero aún más, no tenían siquiera posibilidad de ello. Y el Verbo de Dios, movido por un ímpetu inefablemente generoso de amor, al entrar en el mundo le dijo al Padre: "Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me diste un cuerpo a propósito; holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron; entonces dije: Heme aquí presente" (Heb. 10, 5-7). Y ofreciendo su sacrificio, con una sola oblación, la del Calvario, perfeccionó para siempre a los santificados (Heb. 10, 12-14). Y el hombre, deudor de Dios, pagó su deuda con precio infinito; alejado de Él, pudo acercarse con confianza (Heb. 10, 19-22); degradado por la hecatombe de origen, fue rehabilitado y restituido a su primitiva dignidad. Se había acabado todo lo viejo; la reconciliación estaba hecha por medio de Jesucristo; Dios y el hombre habían sido puestos cerca por la Sangre de Cristo Jesús. Todo había sido reconciliado en el cielo y en la tierra por la Sangre de la Cruz (2 Cor. 5, 18-19; Eph. 2, 16; Col. 1, 20).
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La sangre real de Cristo (Lc. 1, 32; Apoc. 22, 16), divina y humana, sangre preciosa, precio del mundo, había realizado el milagro. El rescate fabuloso estaba pagado. "Nada es capaz de ponérsele junto para compararla, porque realmente su valor es tan grande que ha podido comprarse con ella el mundo entero y todos los pueblos" (San Agustín).
Pudo Jesucristo redimir al mundo sin derramar su Sangre; pero no quiso, sino que vivió siempre con la voluntad de derramarla por entero. Hubiera bastado una sola gota para salvar a la humanidad; pero Jesús quiso derramarla toda, en un insólito y maravilloso heroísmo de caridad, fundamento de nuestra esperanza.
¡Oh generoso Amigo, que das la vida por tus amigos! ¡Oh Buen Pastor, que te entregaste a la muerte por tus ovejas! (lo. 15, 13: 10, 15). ¡Y nosotros no éramos amigos, sino pecadores! Jesucristo se nos presenta como el Esposo de los Cantares, cándido y rubicundo; por su santidad inmaculada, mas blanco que la nieve; pero con una blancura como la de las cumbres nevadas a la hora del crepúsculo, siempre rosada por el anhelo, por la voluntad, por el hecho inaudito de la total efusión de su Sangre redentora.
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"¡Sangre y fuego, inestimable amor!", exclamaba Santa Catalina de Siena. "La flor preciosa del cielo, al llegar la plenitud de los tiempos, se abrió del todo y en todo el cuerpo, bañada por rayos de un amor ardentísimo. La llamarada roja del amor refulgió en el rojo vivo de la Sangre" (SAN BUENAVENTURA, La vid mística, 23).
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Las tres formas legítimas de religión con las que Dios ha querido ser honrado a lo largo de los siglos (patriarcal, mosaica y cristiana) están basadas en un pacto que regula las relaciones entre Dios y el hombre; pacto sellado con sangre (Gen. 17, 9-10,13; Ex. 24, 3-7,8; Mt. 26, 8; Mc. 14, 24: Lc, 22, 20; 1 Cor. 11, 25). La Sangre purísima de Jesucristo es la Sangre del Pacto nuevo, del Nuevo Testamento, que debe regular las relaciones de la humanidad con Dios hasta el fin del mundo.
Cada uno de estos pactos es un mojón de la misericordia de Dios, que orienta la ruta de la humanidad en su camino de aproximación a la divinidad: caída del hombre, vocación de Abraham, constitución de Israel, fundación de la Iglesia.
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Todo pacto tiene su texto. El texto del Nuevo Testamento es el Evangelio en su expresión más comprensiva, que significa el cúmulo de cosas que trajo el Hijo de Dios al mundo y que se encierran bajo el nombre de la "Buena Nueva". Buena Nueva que comprende al mismo Jesucristo, alfa y omega de todo el sistema maravilloso de nuestra religión; la Iglesia, su Cuerpo Místico, con su ley, su culto y su jerarquía; los sacramentos, que canalizan la gracia, participación de la vida de Dios, y el texto precioso de los sagrados Evangelios y de los escritos apostólicos, llamados por antonomasia el Nuevo Testamento, luz del mundo y monumento de sabiduría del cielo y de la tierra.
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Además, el Pacto lleva consigo compromisos y obligaciones que Cristo ha cumplido y sigue cumpliendo, y debe cumplir también el cristiano. Antes de ingresar en el cristianismo y de ser revestidos con la vestidura de la gracia hicimos la formalización del Pacto de sangre, con sus renuncias y con la aceptación de sus creencias. "¿Renuncias?... ¿Crees?..., nos preguntó el ministro de Cristo. "¡Renuncio! ¡Creo!" "¿Quieres ser bautizado?" "¡Quiero!" Y fuimos bautizados en el nombre de la Trinidad Santísima y en la muerte de Cristo, para que entendiéramos que entrábamos en la Iglesia marcados con la Sangre del Hijo de Dios. Quedó cerrado el pacto, por cuyo cumplimiento hemos de ser salvados. “La Sangre del Señor, si quieres, ha sido dada para ti; si no quieres, no ha sido dada para ti. La Sangre de Cristo es salvación para el que quiere, suplicio para el que la rehusa" (Serm. 31, lec.9, Brev. in fest. Pret. Sanguinis).
El pacto de paz y reconciliación tendrá su confirmación total en la vida eterna. "Entró Cristo en el cielo -dice Santo Tomás- y preparó el camino para que también nosotros entráramos por la virtud de su Sangre, que derramó en la tierra" (3 q.22 a.5).
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"No os pertenecéis a vosotros mismos. Habéis sido comprados a alto precio. Glorificad, pues, y llevad a Dios en vuestro cuerpo", advierte San Pablo (1 Cor. 6, 19.20). Glorificar a Dios en el propio cuerpo significa mantener limpia y radiante -por una vida intachable y una conducta auténticamente cristiana- a imagen soberana de Dios, impresa en nosotros por la creación, y la amable fisonomía de Cristo, grabada en nuestra alma por medio de los sacramentos. Si nos sentimos débiles, vayamos a la misa, sacrificio del Nuevo Testamento, y acerquémonos a la comunión para beber la Sangre que nos dará la vida (lo. 6, 54).
En esta hora de sangre para la humanidad sólo los rubíes de la Sangre de Cristo pueden salvarnos. Con Catalina de Siena. "os suplico, por el amor de Cristo crucificado, que recibáis el tesoro de la Sangre, que se os ha encomendado por la Esposa de Cristo", pues es sangre dulcísima y pacificadora, en la que "se apagan todos los odios y la guerra, y toda la soberbia del hombre se relaja".
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Si para el mundo es ésta una hora de sangre, para el cristiano ha sonado la hora de la santidad. Lo exige la Sangre de Cristo. "Sed. Santos -amonestaba San Pedro a la primera generación cristiana-, sed santos en toda vuestra conducta, a semejanza del Santo que os ha llamado a la santidad... Conducíos con temor durante el tiempo de nuestra peregrinación en la tierra, sabiendo que no habéis sido rescatados con el valor de cosas perecederas, el oro o la plata, sino con la preciosa Sangre de Cristo, que es como de Cordero incontaminado e inmaculado" (1 Petr. 1, 15-18).
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Roguemos al Dios omnipotente y eterno que, en este día, nos conceda la gracia de venerar, con sentida piedad, la Sangre de Cristo, precio de nuestra salvación, y que, por su virtud, seamos preservados en la tierra de los males de la vida presente, para que gocemos en el cielo del fruto sempiterno (Colecta de la festividad).
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¡Acuérdate, Señor, de estos tus siervos, a los que con tu preciosa Sangre redimiste!





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jueves, 29 de diciembre de 2011

Volvamos al Señor en el Altar

El crucifijo en el centro del altar en la Misa  
según la "forma ordinaria" hacía el pueblo.

 Misa "cara al pueblo" del Papa Benedicto XVI, con el Cristo en el Centro


Fuente: Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontifice
www.vatican.va

Desde tiempos remotos, la Iglesia estableció signos sensibles que ayudaran a los fieles a elevar el alma a Dios. El Concilio de Trento, refiriéndose en particular a la Santa Misa, motivó esta costumbre recordando que “Como la naturaleza humana es tal que sin los apoyos externos no puede fácilmente levantarse a la meditación de las cosas divinas, por eso la piadosa madre Iglesia instituyó determinados ritos [...] con el fin de encarecer la majestad de tan grande sacrificio [la Eucaristía] e introducir las mentes de los fieles, por estos signos visibles de religión y piedad, a la contemplación de las altísimas realidades que en este sacrificio están ocultas” (DS 1746).

Misa Tradicional, ad orientem, como siempre ha sido en la Iglesia.

Uno de los signos más antiguos consiste en volverse hacia oriente para rezar. Oriente es símbolo de Cristo, el Sol de justicia. “Erik Peterson ha demostrado la estrecha conexión entre la oración hacia oriente y la cruz, conexión evidente como muy tarde en el periodo constantiniano. [...] Entre los cristianos se difundió la costumbre de indicar la dirección de la oración con una cruz sobre la pared oriental en el ábside de las basílicas, pero también en las habitaciones privadas, por ejemplo, de monjes y eremitas” (U.M. Lang, Rivolti al Signore, Siena 2006, p. 32).
Los fieles al asistir al Santo Sacrificio de la Misa, siempre habían orado hacía el ábside, hacía Cristo

“Si se nos pregunta hacia dónde miraban el sacerdote y los fieles durante la oración, la respuesta debe ser: ¡a lo alto, hacia el ábside! La comunidad orante durante la oración no miraba, de hecho, adelante al altar o a la cátedra, sino que elevaba a lo alto las manos y los ojos. Así el ábside llegó a ser el elemento más importante de la decoración de la iglesia, en el momento más íntimo y santo de la actuación litúrgica, la oración” (S. Heid, «Gebetshaltung und Ostung in frühchristlicher Zeit», Rivista di Archeologia Cristiana 82 [2006], p. 369). Cuando, por tanto, se encuentra representado en el ábside Cristo entre los apóstoles y los mártires, no se trata sólo de una representación, sino más bien de una epifanía ante la comunidad orante. La comunidad entonces “elevaba las manos y los ojos 'al cielo'”, miraba concretamente a Cristo en el mosaico absidial y hablaba con él, le rezaba. Evidentemente, Cristo estaba así directamente presente en la imagen. Dado que el ábside era el punto de convergencia de la mirada orante, el arte proporcionaba lo que el orante necesitaba: el Cielo, desde el que el Hijo de Dios se mostraba a la comunidad como desde una tribuna” (Ibíd., p. 370).

Por tanto, “rezar y orar para los cristianos de la antigüedad tardía formaba un todo. El orante quería no sólo hablar, sino esperaba también ver. Si en el ábside se mostraba de modo maravilloso una cruz celeste o a Cristo en su gloria celeste, entonces por eso mismo el orante que miraba hacia lo alto podía ver exactamente esto: que el cielo se abría para él y que Cristo se le mostraba” (Ibíd., p. 374).

El Crucifijo en el centro del altar en la Misa “hacia el pueblo”

Misa del Papa Benedicto XVI en la basílica de San Pedro

De los anteriores apuntes históricos, se deduce que la liturgia no se comprende verdaderamente si se la imagina principalmente como un diálogo entre el sacerdote y la asamblea. No podemos aquí entrar en los detalles: nos limitamos a decir que la celebración de la Santa Misa “hacia el pueblo” es un concepto que entró a formar parte de la mentalidad cristiana sólo en la época moderna, como lo han demostrado estudios serios y lo reafirmó Benedicto XVI: “La idea de que sacerdote y pueblo en la oración deberían mirarse recíprocamente nació sólo en la época moderna y es completamente extraña a la cristiandad antigua. De hecho, sacerdote y pueblo no dirigen uno al otro su oración, sino que juntos la dirigen al único Señor” (Teología de la Liturgia, Ciudad del Vaticano 2010, pp. 7-8).

A pesar de que el Vaticano II nunca tocó este aspecto, en 1964 la Instrucción Inter Oecumenici, emanada del Consilium encargado de llevar a cabo la reforma litúrgica querida por el Concilio, en el n. 91 prescribió: “Es bueno que el altar mayor se separe de la pared para poder girar fácilmente alrededor y celebrar versus populum”. Desde aquel momento, la posición del sacerdote “hacia el pueblo”, aún no siendo obligatoria, se convirtió en la forma más común de celebrar Misa. Estando así las cosas, Joseph Ratzinger propuso, también en estos casos, no perder el significado antiguo de oración “orientada” y sugirió superar las dificultades poniendo en el centro del altar el signo de Cristo crucificado (cf. Teología de la Liturgia, p. 88). Uniéndome a esta propuesta, añadí a mi vez la sugerencia de que las dimensiones del signo deben ser tales que lo hagan bien visible, so pena de poca eficacia (cf. M. Gagliardi, Introduzione al Mistero eucaristico, Roma 2007, p. 371).



La visibilidad de la cruz del altar está presupuesta por el Ordenamiento General del Misal Romano: “Igualmente, sobre el altar, o cerca de él, colóquese una cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos por el pueblo congregado” (n. 308). No se precisa, sin embargo, si la cruz debe estar necesariamente en el centro. Aquí intervienen por tanto motivaciones de orden teológico y pastoral, que en el estrecho espacio a nuestra disposición no podemos exponer. Nos limitamos a concluir citando de nuevo a Ratzinger: “En la oración no es necesario, es más, no es ni siquiera conveniente mirarse mutuamente; mucho menos al recibir la comunión. [...] En una aplicación exagerada y malentendida de la 'celebración de cara al pueblo', de hecho, se han quitado como norma general – incluso en la basílica de San Pedro en Roma – las Cruces del centro de los altares, para no obstaculizar la vista entre el celebrante y el pueblo. Pero la Cruz sobre el altar no es impedimento a la visión, sino más bien un punto de referencia común. Es una 'iconostasis' que permanece abierta, que no impide el recíproco ponerse en comunión, sino que hace de mediadora y que sin embargo significa para todos esa imagen que concentra y unifica nuestras miradas. Osaría incluso proponer la tesis de que la Cruz sobre el altar no es obstáculo, sino condición preliminar para la celebración versus populum. Con ello volvería a estar nuevamente clara también la distinción entre la liturgia de la Palabra y la plegaria eucarística. Mientras en la primera se trata de anuncio y por tanto de una inmediata relación recíproca, en la segunda se trata de adoración comunitaria en la que todos nosotros seguimos estando bajo la invitación: ¡Conversi ad Dominum – dirijámonos al Señor; convirtámonos al Señor!” (Teología de la Liturgia, p. 536).




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viernes, 1 de abril de 2011

Quinto Aniversario de Una Voce Laguna

Nuestra breve historia en tierras laguneras

 Imagen: mural del Beato Miguel Agustín Pro S.J. que se encuentra en el templo dedicado en su nombre en la  ciudad de Torreón, Coahuila 

Quiero compartirles un poco de nuestra historia y experiencias, y mostrarles cual es la situación actual de nuestro apostolado en la comarca lagunera, el cual esta encaminado a promover y difundir la Santa Misa Tridentina hoy conocida como forma extraordinaria del Rito Romano en Torreón, desde la entrada en vigor del Motu Proprio Summorum Pontificum en el 2007. 
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Hace cinco años se organizó nuestra asociación pro misa latina en Torreón Coahuila, gracias al apoyo de un estimado sacerdote mexicano: el R.P. Rodríguez Ocampo. En su momento jamás imaginamos todas las experiencias y satisfacciones que compartiríamos desde que asumimos esta  honorable causa, de llevar los tesoros de la Santa Tradición contenidos en la Liturgia Romana a nuestros hermanos. En este corto tiempo sin duda la mano misericordiosa de Dios, es la que nos ha guiado para salir adelante, ya que cierta oposición al Motu Proprio Summorum Pontificum ha sido manifiesta, a pesar de que este documento es  parte del nuevo movimiento litúrgico emprendido por Su Santidad Benedicto XVI.  

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En este tiempo se han acercado a nosotros fieles de buena voluntad, con la intención de conocer las riquezas de nuestra liturgia tradicional, al enterarse de la generosidad del Santo Padre en su Motu Proprio. Sin embargo unos se han alejado por temor a ser expulsados de sus comunidades parroquiales, otros por temor a ser señalados como cismáticos, adjetivo bastante común para aquellos que buscan la Misa antigua. También conocimos fieles que desean la misa, pero temen perder el lugar que han conseguido en sus movimientos diocesanos; a todos ellos les damos las gracias por su enseñanza.  
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En su momento han llegado personas de una profunda fe católica,  que se han beneficiado  espiritualmente cuando han tenido contacto con la Santa Misa de Siempre, incluso entre las nuevas generaciones conocemos casos de personas que cansadas de la situación trágica de nuestra liturgia en las parroquias, buscan una espiritualidad mas profunda, acorde con la Doctrina Católica de siempre, en la contemplación y en la intima unión con el Señor en torno al altar: "Es paciente para esperarnos y dispuesto siempre a escucharnos; es centro de gracias siempre renovadas, refugio de la vida escondida, maestro de los secretos de la unión divina."Junto al tabernáculo, hemos de "callar para escucharle, y huir de nosotros para perdernos en él" (1).


Frente a diversos retos que tenemos como asociación pro Misa Tradicional, estamos conscientes que nuestro campo de apostolado es bastante amplio a pesar de la incomprensión,  porque antes que buscar alguna provocación con aquellos que sostienen una  pretendida "hermenéutica de ruptura"(2),  tenemos la obligación de mostrar con orgullo y tenacidad los tesoros de la Tradición, como nos enseña el Papa:  "lo que para las generaciones anteriores era sagrado y grande, no puede ser prohibido e incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto" (3).  
Es preciso mencionar que en estos cinco años, no todo ha sido fácil, ya que aun existen obstáculos que nos privan de la Misa en una parroquia, a pesar de que somos reconocidos oficialmente como asociación católica, presentada oficialmente como tal, el 13 de Febrero del 2008 por Monseñor Francisco Castillo Santana, entonces Vicario Episcopal de nuestra querida Diócesis de Torreón durante la homilía  de la primera Misa Tradicional en la catedral de Nuestra Señora del Carmen, desde la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum.
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No podemos ocultar que en la actualidad nuestra asociación es vista con cierto "temor y desconfianza" por parte del clero diocesano, a pesar de que siempre hemos mantenido una comunicación constante con nuestro Obispo, que también no es favorable al movimiento litúrgico del Papa Benedicto XVI. Creemos que esto es consecuencia de la fuerte desinformación e ignorancia en lo relativo al Magisterio actual de la Iglesia; incluso  hay quienes creen imposible que en pleno siglo XXI existan personas que busquen o quieran la Misa Tridentina,  después de cuarenta años de haber entrado en vigor la reforma litúrgica del Papa Pablo VI.  Otros no pocos, consideran que somos un "peligro" para la Diócesis, en razón de que somos personas que nos oponemos al "espíritu de reforma emprendido por el Concilio", claro esta que todas estas acusaciones son calumnias, es decir contrarias a la verdad, porque somos personas cuya devoción y apego se encuentra firmemente unidos al Santo Sacrificio de la Misa, es así que el consejo del Santo Padre a los Obispos aun sigue siendo ignorado: "Es verdad que no faltan exageraciones y algunas veces aspectos sociales indebidamente vinculados a la actitud de los fieles que siguen la antigua tradición litúrgica latina. Vuestra caridad y prudencia pastoral serán estímulo y guía para un perfeccionamiento" (4).


Afirmaba el Cardenal Ratzinger hoy Benedicto XVI:"Quien hoy aboga por la perduración de esa liturgia o participa en ella es tratado como un apestado; aquí termina la tolerancia. A lo largo de la historia nunca ha habido nada igual, esto implica proscribir también todo el pasado de la Iglesia. Y de ser así, ¿cómo confiar en su presente? Francamente, yo tampoco entiendo por qué muchos de mis hermanos obispos se someten a esta exigencia de intolerancia que, sin ningún motivo razonable, se opone a la necesaria reconciliación interna de la Iglesia" (5). 

Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en la Parroquia dedicad en su honor en la ciudad de Torreón Coahuila 

Entre los principales retos que tenemos en la actualidad, esta primeramente hacer valer el derecho que tenemos como católicos de asistir a la Misa tradicional, hoy llamada forma extraordinaria del Rito Romano. Y segundo, estamos llamados a sostener un dialogo constante con nuestros obispos como hijos fieles de la Santa Iglesia,  en un clima de armonía, respeto y confianza, para poder desarrollar nuestro apostolado en el espíritu de la Iglesia de siempre. "Por lo demás, tenemos ante los ojos el camino por el que llegar a Cristo: la Iglesia. Por eso, con razón, dice el Crisóstomo: Tu esperanza la Iglesia, tu salvación la Iglesia, tu Refugio la Iglesia" (6)Creemos que a pesar de que no representamos el 50%  de fieles de la Diócesis sensibles a la Tradición litúrgica anterior a la reforma de 1970,  nuestra voz como católicos debe ser escuchada, porque se debe valorar y aplicar el Motu Proprio Summorum Pontificum como una ley Universal dictada por el Romano Pontífice en su calidad de legislador Supremo. Además que no podemos ignorar que los frutos de la Santa Misa Tradicional en los lugares donde esta ha sido restablecida,  son grandes en todo el mundo, por eso vemos con esperanza su aplicación, ya que consideramos que la liturgia Romana es una  solución católica, para contrarrestar los principales problemas que flagelan a nuestra Santa Iglesia en la actualidad, como lo es la secularización alarmante,  y la perdida de fe, que se refleja en el éxodo masivo de católicos a las sectas protestantes en México.


Como católicos estamos convencidos que no hay nada mas santo y mas agradable a Dios, que la Santa Misa. Por esta razón de fe, en este  aniversario nuestra Asociación Una Voce México en la Laguna, se compromete a seguir colaborando en esta pacificación litúrgica, renovando nuestra adhesión al Vicario de Cristo Benedicto XVI. 


Asimismo estamos conscientes de que las adversidades, son parte de un proceso natural para el bien de la Iglesia, por eso damos gracias a Dios por permitirnos llegar hasta a este quinto aniversario, y sobre todo por hacernos participes de tan grande y bello apostolado. Cualquier sufrimiento o persecución por la causa del Señor, sea siempre bienvenida,  si es para su mayor Gloria y Majestad. 

Santuario del Cristo de las Noas en la ciudad de Torreón, Coahuila 

Glorioso Patriarca San José, protector de la Santa Iglesia y patrono de nuestra asociación en Torreón, Ora Pro nobis.
Santa María de Guadalupe Esperanza Nuestra, Salva Nuestra Patria y Conserva Nuestra Fe.
Santos Mártires Cristeros.. Orate pro nobis.


.... San Juan Maria Vianney: “Si conociéramos el valor de La Santa Misa nos moriríamos de alegría” ... ""Sí supiéramos el valor del Santo Sacrificio de la Misa, qué esfuerzo tan grande haríamos por asistir a ella". 
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San Alfonso María de Ligorio: "El mismo Dios no puede hacer una acción más sagrada y más grande que la celebración de una Santa Misa". 
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Ad Maiorem Dei Gloriam 

(1)  Cien visitas al Santísimo Sacramento
(2)  Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana, 22 de Diciembre del 2005.
(3)  Benedicto XVI, Carta a los Obispos con motivo del Motu Proprio.
(4) Ibid
(5) Joseph Ratzinger, "Dios y el mundo", editorial Sudamericana, mayo 2005, págs. 393-394
(6) San Pío X E Supremi Apostolatus

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lunes, 14 de marzo de 2011

Diócesis de Torreón

    Esta próxima una Instrucción sobre la aplicación del Motu Proprio Summorum Pontificum



  Será publicada en las próximas semanas, probablemente a comienzos de abril, la instrucción de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei – firmada por el cardenal Levada, por el secretario Guido Pozzo y aprobada por Benedicto XVI – que establece algunos criterios aplicativos del motu proprio Summorum Pontificum. Como se recordará, el motu proprio, promulgado por el Papa Ratzinger en el 2007, había autorizado la liberalización del antiguo misal y la posibilidad para varios grupos de fieles de pedir directamente a los párrocos la celebración de la Misa según el rito precedente a la reforma conciliar (con el misal romano de 1962, y no con los precedentes).  

 Es inútil ocultar que, frente a tantas aperturas y a un número creciente de celebraciones en el rito antiguo, ha habido también muchas reacciones de cerrazón y restricciones por parte de algunos obispos. La instrucción, en este momento en vía de traducción al latín y a las diversas lenguas (el texto de base está en italiano) es, por lo tanto, un documento importante. En las pasadas semanas, algunos sitios web y blogs vinculados al mundo llamado tradicionalista, o que de todos modos siguen con atención sus actividades, realizaron una serie de críticas preventivas al documento, sosteniendo que se trataría en realidad de una dilución de la voluntad papal. Por lo que he podido saber, esa interpretación no corresponde a la verdad. Por estos motivos.
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En primer lugar, la instrucción con sus contenidos confirma que el motu proprio es ley universal de la Iglesia y que todos están obligados a aplicarla y a garantizar que sea aplicada. La instrucción afirma que debe ser asegurada la posibilidad de la celebración en el rito antiguo allí donde haya grupos de fieles que la pidan. En el texto no es precisado un número mínimo de fieles que deban constituir el grupo.
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Se dice, en cambio, que es bueno – en acuerdo también con la exhortación post-sinodal sobre la Eucaristía – que los seminaristas estudien el latín y conozcan la celebración según la forma antigua. El “sacerdos idoneus” para la celebración con el misal preconciliar no es necesario que sea un hábil latinista, sino que sepa leer y entienda lo que lee y lo que está llamado a pronunciar durante el rito.

               Monseñor Galvan Galindo, Obispo de la Diócesis de Torreón
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La Pontificia Comisión Ecclesia Dei, que desde hace dos años ha sido englobada en la Congregación para la Doctrina de la Fe, es constituida con la instrucción como el organismo llamado a dirimir las cuestiones y las controversias, juzgando en nombre del Papa. Los obispos no deben ni pueden promulgar normas que restrinjan las facultades concedidas por el motu proprio o que cambien las condiciones. Están llamados, por el contrario, a aplicarlo.  Puede ser celebrado también el Triduo pascual en el rito preconciliar allí donde haya un grupo estable de fieles vinculados a la liturgia antigua. Los miembros de las órdenes religiosas pueden usar los misales con los respectivos ritos propios preconciliares. 

Tomado del Blog La buhardilla de Jerónimo
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sábado, 28 de agosto de 2010

Summorum Pontificum


Consideraciones para la celebración 
de la Santa Misa de Siempre


Fragmento de las disposiciones del Papa Benedicto XVI contenidas en el Motu Proprio Summorum Pontificum

Art. 1.- El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la "Lex orandi" ("Ley de la oración"), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante el Misal Romano promulgado por San Pío V y nuevamente por el beato Juan XXIII debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma "Lex orandi" y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo (...)  Por eso es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que no se ha abrogado nunca, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia. 

Art. 2.- En las Misas celebradas sin el pueblo, todo sacerdote católico de rito latino, tanto secular como religioso, puede utilizar sea el Misal Romano editado por el beato Papa Juan XXIII en 1962 que el Misal Romano promulgado por el Papa Pablo VI en 1970, en cualquier día, exceptuado el Triduo Sacro. Para dicha celebración siguiendo uno u otro misal, el sacerdote no necesita ningún permiso, ni de la Sede Apostólica ni de su Ordinario.  (...) Art 4.- ...también pueden ser admitidos los fieles que lo pidan voluntariamente.

Art .5.  § 2.-La celebración según el Misal del beato Juan XXIII puede tener lugar en día ferial; los domingos y las festividades puede haber también una celebración de ese tipo. § 3.- El párroco permita también a los fieles y sacerdotes que lo soliciten la celebración en esta forma extraordinaria en circunstancias particulares, como matrimonios, exequias o celebraciones ocasionales, como por ejemplo las peregrinaciones. § 4.- Los sacerdotes que utilicen el Misal del beato Juan XXIII deben ser idóneos y no tener ningún impedimento jurídico. 



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domingo, 18 de julio de 2010

Ad Deum qui laetificat juventutem meam

Santa Misa Tradicional 
para la Adoración Noctura Mexicana


El pasado 24 de Junio, con motivo del Jubileo de uno de los grupos de la Adoración Nocturna Mexicana de la ciudad de Monterrey, se celebro el Santo Sacrificio de la Misa, según la forma extraordinaria del Rito Romano, dignándose a celebrar el R.P. Raúl Rodriguez.  
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Para esta Misa se esperaban 50 personas, sin embargo se contó con la asistencia de aproximadamente 130 personas que vivieron esta celebración gran disposición y recogimiento.  Aunque parezca extraño, esta Santa Misa Tradicional fue organizada por tres jóvenes, lo cual viene a ratificar que el nuevo movimiento litúrgico, no viene de la mano de las generaciones adultas, sino mas bien de las nuevas generaciones jóvenes, que descubren en la liturgia tradicional los tesoros de nuestra Fe Católica, como bien nos dice el Papa Benedicto XVI. 
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Esperamos que haya mas iniciativas como esta, y que mejor si provienen de las generaciones jóvenes, que representan el futuro de la Iglesia.  


¡Deo Gratias!



Introibo ad altare Dei. 
Ad Deum qui laetificat juventutem meam


Imagenes tomadas del nuestro Blog amigo Creer en México

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jueves, 8 de julio de 2010

Deo Gratias




Tercer Aniversario del 
Motu Proprio Summorum Pontificum



Por Arturo M. I. G
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Hace tres años el Santo Padre Benedicto XVI publicaba su carta apostólica en forma de Motu Proprio Summorum Pontificum, que confirmaba el derecho que tienen los católicos de alimentar su fe en la Santa Misa llamada de San Pío V. Este documento pontificio no solo hacia justicia al llamado de miles de católicos que durante cuatro décadas han trabajado para ver reconocido el derecho de este venerable Misal, sino que también abría un nuevo capitulo en la vida de la Iglesia, cuyo llamado nos invita a la reconciliación entre católicos entorno al Sucesor de Pedro. Desde la constitución Missale Romanum de Pablo VI, en la cual era introducido el Novus Ordo Missae, no había existido un documento pontificio de esta trascendencia..







En este Motu Proprio el Papa confirma la postura oficial de la Iglesia entorno al Misal de 1962, es decir, reconoce formalmente lo que muchos defensores de la liturgia tradicional sosteníamos: El Misal de San Pío V nunca ha sido abrogado (1). A partir de esta afirmación el Papa establece los lineamientos necesarios para la correcta aplicación de Summorum Pontificum en las Diócesis, sustituyendo las provisiones anteriores que dejaban a la "consideración" de los ordinarios locales la posibilidad de proveerles a los fieles adheridos a la liturgia anterior estas celebraciones. La novedad mas importante de este documento papal, consiste que para la celebración con el Misal de San Pío V, cualquier sacerdote de Rito Latino no necesita permisos especiales ni de la Sede Apostólica ni del Obispo local (2). Ciertamente el Obispo es moderador de la Liturgia en su Diócesis, el Motu Propio en ningún momento ha modificado el Codigo de Derecho Canónico, sin embargo nos dice el Cardenal Dario Castrillon Hoyos, presidente emerito de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei: "es la Sede Apostólica la que le compete legislar  la sagrada liturgia de la Iglesia Universal. Y un obispo debe actuar en armonía con la Sede Apostólica y debe garantizar a cada fiel sus propios derechos, incluido el de poder participar en la misa de San Pío V, como forma extraordinaria del Rito Romano" (3).

Este derecho a participar en la forma extraordinaria del Rito Romano de la Misa, se puede entender si se comprende que este Misal al ser parte de la lex orandi de nuestra fe, también es parte de la Sagrada Tradición de la Iglesia, es decir, del deposito revelado sedimentado en la Liturgia. Por eso la voluntad del Vicario de Cristo de poner al acceso de todos "las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y darles el justo puesto" (4). Sería un error considerar que el Motu Proprio representa un retroceso como opinan algunos progresistas; es mas bien un avance en el sentido de permanecer fieles a la Santa Tradición, ya que la liturgia tradicional expresa íntegramente nuestra fe católica sobre el Santo Sacrificio de la Misa.


Nos dice el Papa que "lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial" (5). Por eso es necesario que aquellos que se han dejado llevar por el anti espíritu del Concilio, que es un espíritu de ruptura con la Tradición de la Iglesia, del cual nos advierte el Sucesor de Pedro (6), reflexionen que  la Iglesia no nace en el Concilio.


Nuestra Señora del Carmen patrona de la Diócesis de Torreón 
Ora pro nobis

Hasta el momento, son pocos los obispos que han correspondido a la generosidad del Sumo Pontifice, por la sencilla razón de que aun existen ciertos temores que no tienen nada que ver con la intención del Papa. Es así que todavía después de tres años de la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum, muchos católicos tienen que padecer un verdadero viacrucis para poder acceder a la Santa Misa de Siempre. Es lamentable que el rechazo a la voluntad explicita del Santo Padre por parte de algunos episcopados, mas que por desobediencia, se debe a la ignorancia bastante extendida en lo relativo a la liturgia tradicional y al Motu Proprio del Papa Benedicto XVI.  Este es el caso de nuestra querida Diócesis de Torreón, en la que cualquier "experiencia" es permitida, excepto la misa tridentina. Confianza en Él, ¡Oh Pueblo!, en todo tiempo. Derramad ante Él vuestros corazones, porque Dios es nuestro refugio (Salmo 16, 4)

Sin embargo, a pesar de las dificultades que actualmente padecemos los fieles católicos que solicitamos la Santa Misa Tradicional en nuestra Diócesis, hoy mas que nunca estamos dispuestos a no quedarnos cruzados de brazos. Estamos comprometidos a seguir colaborando con el Papa Benedicto XVI, para dar a conocer a todos los católicos que buscan una vida espiritual mas profunda, los tesoros de la liturgia tradicional.  Instaurare Omnia in Christo (7).

Monseñor José Guadalupe Galvan Galindo obispo de Torreón.

Antes de concluir este balance en el tercer aniversario del Motu Proprio, quisiera agradecer de todo corazón al Santo Padre Benedicto XVI por haber recuperado los tesoros de la liturgia tradicional para toda la Iglesia Universal, que ha santificado a generaciones de hombres y mujeres en el curso de los Siglos. También deseo compartir este fragmento de la Carta del Papa dirigida a los Obispos del mundo, con motivo de la publicación de Summorum Pontificum, que hoy mas que nunca vale la pena reflexionar: 

"Mirando al pasado, a las divisiones que a lo largo de los siglos han desgarrado el Cuerpo de Cristo, se tiene continuamente la impresión de que en momentos críticos en los que la división estaba naciendo, no se ha hecho lo suficiente por parte de los responsables de la Iglesia para conservar o conquistar la reconciliación y la unidad; se tiene la impresión de que las omisiones de la Iglesia han tenido su parte de culpa en el hecho de que estas divisiones hayan podido consolidarse. Esta mirada al pasado nos impone hoy una obligación: hacer todos los esfuerzos para que a todos aquellos que tienen verdaderamente el deseo de la unidad se les haga posible permanecer en esta unidad o reencontrarla de nuevo. Me viene a la mente una frase de la segunda carta a los Corintios donde Pablo escribe: “Corintios, os hemos hablado con toda franqueza; nuestro corazón se ha abierto de par en par. No está cerrado nuestro corazón para vosotros; los vuestros sí que lo están para nosotros. Correspondednos; ... abríos también vosotros” (2 Cor 6,11-13). Pablo lo dice ciertamente en otro contexto, pero su invitación puede y debe tocarnos a nosotros, justamente en este tema. Abramos generosamente nuestro corazón y dejemos entrar todo a lo que la fe misma ofrece espacio" (8).


Notas
(1) Benedicto XVI, Motu Proprio Summorum Pontificum Art 1.
(2) Ibid, Artículo 2
(3)  Cardenal Castrillon Hoyos, entrevista a 30Giorni "Nova et Vetera".
(4)  Benedicto XVI, carta a los Obispos con motivo del Motu Proprio.
(5)  Ibid.
(6)  Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana 2005: «Por una parte existe una interpretación que podría llamar “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna»
(7) "Restaurar todas las cosas en Cristo" Lema de San Pío X.
(8)  Benedicto XVI, carta a los Obispos con motivo del Motu Proprio.

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