jueves, 1 de noviembre de 2012

Misa de Requiem


Misa pro defunctis o de Requiem

La Asociación Una Voce México en la laguna invita a la comunidad católica lagunera este 2 de Noviembre a la Santa Misa en honor de los fieles difuntos, que se llevará a cabo en la parroquia de San José de Gómez Palacio a las 7:00 de la noche. La Misa será oficiada según los libros litúrgicos tradicionales de 1962.  
Es importante recordar que esta Misa latina se realiza con mucho esfuerzo, con el objetivo de llevar a las nuevas generaciones las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia, y darles su justo puesto.  El oficiante es el R.P. Kenneth Fryar de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, quién estará confesando desde las 6 de la tarde. 
La misa de difuntos según el Misal Romano tradicional de Requiem (palaba latina: que significa “descanso” y es la primera palabra de la antífona de entrada), tiene diversas singularidades, que son las siguientes:

- Las sacras que se utilizan no deben tener un marco dorado, e incluso los candelabros que se colocan en el altar, deben ser color plata no dorados.
-Se emplean ornamentos de color negro, sin embargo, si en el altar se encuentra el Ssmo. Sacramento, se usa el frontal morado, igualmente el conopeo del sagrario es siempre blanco o morado. 
-Se omiten los besos a los objetos a entregar (incluyendo las vinajeras) y a la mano del celebrante.
-Al inicio de la misa, se omite el salmo 42, Iudica me Deus.
-El celebrante no inciensa el altar a los kiries y al decir el Introito se signa el libro él mismo.
-Al Evangelio, los acólitos no llevan ciriales ni el celebrante inciensa el libro.
-En el ofertorio, el celebrante si inciensa el altar como de costumbre; el acólito o diácono inciensa solamente al sacerdote.
-Después del “Pax Domini” el celebrante omite la oración “Domine Iesu Christe” y no se da la paz. El celebrante y, si lo hay, el coro no responden “Miserere nobis” al Agnus Dei sino dos veces “Dona eis requiem” y  a la tercera “Dona eis réquiem sempiternam”; no se golpea al pecho.
-Al final de la misa, el celebrante no dice “Ite, Missa est”, en cambio “Requiescant in pace”, y se responde “Amen”; no se da la bendición, pero se dice el último evangelio.


miércoles, 4 de julio de 2012

Santa Misa Tradicional del mes de Julio 



La asociación Una Voce México invita a la comunidad católica lagunera a la Santa Misa tradicional en Latín "cantada" que se llevara a cabo en la Parroquia de San José de Gómez Palacio, Durango, el próximo 06 de Julio del presente año a las 6:45 de la tarde. Asimismo el sábado 07 del mismo mes a las 8:00 a.m. Misa rezada, en el mismo templo. Al final de ambas Misas se impondrán escapularios por ser Julio el mes de Nuestra Señora del Carmen.

El oficiante es el R. Padre Kenneth Fryar de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro.

Confesiones una hora antes de cada Misa.


Pax et Bonum

domingo, 1 de julio de 2012

Sanguis Christi, Verbi Dei incarnati


Festividad de la Preciosísima Sangre del Señor



Por Mons. Juan Hervas Benet


¡Canta, lengua, el misterio del Cuerpo glorioso y de la Sangre preciosa de Cristo; de esa Sangre, fruto de un seno generoso, que el Rey de las gentes derramó para rescate del mundo: "in mundi praetium"!
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Pero, antes de que la lengua cante gozosa y el corazón se explaye en afectos de gratitud y amor, es necesario que medite la inteligencia las sublimidades del Misterio de Sangre que palpita en el centro mismo de la vida cristiana.
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Hay tres hechos que se dan, de modo constante y universal, a través de la historia del hombre: la religión, el sacrificio y la efusión de sangre.
Los más eminentes antropólogos han considerado la religiosidad como uno de los atributos del género humano. La función céntrica de toda forma religioso-social ha sido siempre el sacrificio. Este se presenta como la ofrenda a Dios de alguna cosa útil al hombre, que la destruye en reconocimiento del supremo dominio del Señor sobre todas las cosas y con carácter expiatorio. Por lo que se refiere a la efusión de sangre, observamos que el sacrificio -al menos en su forma más eficaz y solemne- importa la idea de inmolación o mactación de una víctima, y, por lo mismo, el derramamiento de sangre, de modo que no hay religión que, en su sacrificio expiatorio, no lleve consigo efusión de sangre de las víctimas inmoladas a la divinidad.
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La sangre es algo que repugna y aparta, sobre todo si se trata de sangre humana. Sin embargo, en los altares de todos los pueblos, en el acto, cumbre en que el hombre se pone en relación con Dios, aparece siempre sangre derramada.
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Así lo hace Abel, a la salida del paraíso (Gen. 4, 4), y Noé, al abandonar el arca (Gen. 8, 20-21). El mismo acto repite Abraham (Gen. 15, 10). Y sangre emplea Moisés para salvar a los hijos de Israel en Egipto (Ex. 12, 13), para adorar a Dios en el desierto (Ex. 14, 6) y para purificar a los israelitas (Heb. 9, 22). Una hecatombe de víctimas inmoladas solemnizó la dedicación del templo de Salomón.
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Y no es sólo el pueblo escogido el que hace de la sangre el centro de sus funciones religiosas más solemnes, sino que son también los pueblos gentiles; en ellos encontramos igualmente víctimas y altares de sacrificio cubiertos de sangre, como lo cuentan Homero y Herodoto en la narración de sus viajes.
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Adulterado el primitivo sentido de la efusión de sangre, en el colmo de la aberración, llegaron los pueblos idólatras a ofrecer a los dioses falsos la sangre caliente de víctimas humanas. Niños, doncellas y hombres fueron inmolados, no sólo en los pueblos salvajes, sino también en las cultas ciudades. Y todavía, cuando los conquistadores españoles llegaron a Méjico, quedaron horripilados a la vista de los sacrificios humanos. Los sacerdotes idólatras sacrificaban anualmente miles de hombres, a los que, después de abrirles vivos el pecho, sacaban el corazón palpitante para exprimirlo en los labios del ídolo.
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El hecho histórico, constante y universal, del derramamiento de sangre como función religiosa principal de los pueblos encierra en sí un gran misterio, cuya clave para descifrarlo se halla entre dos hechos también históricos, uno de partida y otro de llegada, de los que uno plantea el tremendo problema y el otro lo resuelve, para alcanzar su punto culminante en el "himno nuevo”, que eternamente cantan los ancianos ante el Cordero sacrificado (Apoc. 7, 14), al que rodean los que, viniendo de la gran tribulación, lavaron y blanquearon sus túnicas en la Sangre del Cordero (ibid.), y vencieron definitivamente, por la virtud de la Sangre, al dragón infernal (cf. Apoc. 12, 11).
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El pecado original creó un estado de discordia y enemistad entre Dios y el hombre. Consecuencia del pecado fue la siguiente: Dios, en el cielo, ofendido; el hombre, en la tierra, enemigo de Dios, y Satanás, "príncipe de este mundo" (lo. 12, 31), al que reduce a esclavitud.
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En la conciencia del hombre desgraciado quedó el recuerdo de su felicidad primera, la amargura de su deslealtad para con el Creador, el instinto de recobrar el derecho a sus destinos gloriosos y el ansia de reconciliarse con Dios.
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¡Y surge el fenómeno misterioso de la sangre! El hombre siente en lo más íntimo de su naturaleza que su vida es de Dios y que ha manchado esta vida por el pecado original y por sus crímenes personales. La voz de la naturaleza, escondida en lo íntimo de su conciencia, le exige que rinda al supremo Hacedor el homenaje de adoración que le es debido, y, después de la caída desastrosa, le reclama una condigna expiación. Adivina el hombre la fuerza y el valor de la sangre para su reconciliación con Dios, pues en la sangre está la vida de la carne, ya que la sangre es la que nutre y restaura, purifica y renueva la vida del hombre; sin ella, en las formas orgánicas superiores, es imposible la vida: al derramarse la sangre sobreviene la muerte.
Por otra parte, si en la sangre está la vida -vida que manchó el pecado-, extirpar la vida será borrar el pecado. De ahí que el hombre, llevado por su instinto natural, se decide a "hacer sangre", eligiendo para este oficio a "hombres de sangre", como han llamado algunas razas a sus sacerdotes, para que, con los sacrificios cruentos, rindan, en nombre de todos, homenaje y expiación a la divinidad. Dios mostró su agrado por estos sacrificios (Gen. 4, 4; 8, 21) y consagró con sus mandatos esta creencia al ordenar el culto del pueblo hebreo (Lev. 1, 6; 17, 22).
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La sangre, por representar la vida, fue entonces elegida como el instrumento más adecuado para reconocer el supremo dominio de Dios sobre la vida y sobre todas las cosas y para expiar el pecado. Por eso Virgilio, al contemplar la efusión de sangre de la víctima inmolada, dirá poéticamente que es el alma vestida de púrpura la que sale del cuerpo sacrificado (Eneida, 9,349).
Pero como el hombre no podía derramar su propia sangre ni la de sus hermanos, buscó un sustituto de su vida en la vida de los animales, especialmente en la de aquellos que le prestaban mayor utilidad, y los colocó sobre los altares, sacrificándolos en adoración y en acción de gracias, para impetrar los dones celestes y para que le fueran perdonados sus pecados. He aquí descifrado el misterio del derramamiento de sangre. Su universalidad hace pensar si sería Dios mismo el que enseñara a nuestros primeros padres esta forma principal del culto religioso.
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Los sacrificios gentílicos, aun en medio de sus aberraciones, no eran otra cosa que el anhelo por la verdadera expiación. Por eso se ofrecían animales inmaculados o niños inocentes, buscando una ofrenda enteramente pura. Pero vana era la esperanza de reconciliación con Dios por medio de los animales: no hay paridad entre la vida de un animal y el pecado de un hombre (cf. Heb. 10, 4). Era inútil para ello la efusión de sangre humana, de niños y doncellas, que eran sacrificados a millares: no se lava un crimen con otro crimen, ni se paga a Dios con la sangre de los hombres.
Quedaban los sacrificios del pueblo judío, ordenados y queridos por Dios, pero en ellos no había más que una expiación pasajera e insuficiente.
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Los sacrificios judaicos, especialmente el sacrificio del Cordero pascual y el de la Expiación, tenían por fin principal anunciar y representar el futuro sacrificio expiatorio del Redentor (Heb. 10, 1-9). Estos sacrificios no tenían más valor que su relación típica con un sacrificio ideal futuro, con una Sangre inocente y divina que había de derramarse para nivelar la justicia de Dios y poner paz entre Él y los hombres (cf. Cor, 2, 17). Todo el Antiguo Testamento estaba lleno de sangre, figura de la Sangre de Cristo, que había de purificarnos a todos y de la que aquélla recibía su eficacia. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran, en efecto, de un valor limitado, pues su eficacia se reducía a recordar a los hombres sus pecados y a despertar en ellos afectos de penitencia, significando una limpieza puramente exterior, por medio de una santidad legal, que se aviniera con las intenciones del culto, pero que no podía obrar su santificación interior.
Por lo demás, Dios sentía ya hastío por los sacrificios de animales, ofrecidos por un pueblo que le honraba con los labios, pero cuyo corazón estaba lejos de Él (cf. Mt. 15, 8). "¡Si todo es mío! ¿Por qué me ofrecéis inútilmente la sangre de animales, si me pertenecen todos los de las selvas? No ofrezcáis más sacrificios en vano" (Is. 1, 11-13; 40, 16; Ps. 49, 10).
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Para reconciliar al mundo con Dios se necesitaba sangre limpia, incontaminada; sangre humana, porque era el hombre el que había ofendido a Dios; pero sangre de un valor tal que pudiera aceptarla Dios como precio de la redención y de la paz; sangre representativa y sustitutiva de la de todos los hombres, porque todos estaban enemistados con Dios. ¡Ninguna sangre bastaba, pues, sino la de Cristo, Hijo de Dios!
Esta sola es incontaminada, como de Cordero inmaculado (1 Petr. 1, 19); de valor infinito, porque es sangre divina; representativa de toda la sangre humana manchada por el pecado, porque Dios cargará a este, su divino Hijo, todas las iniquidades de todos los hombres (Is. 53, 6).
Si los hombres tuvieron facilidad para venderse, observa San Agustín, ahora no la tenían para rescatarse; pero aún más, no tenían siquiera posibilidad de ello. Y el Verbo de Dios, movido por un ímpetu inefablemente generoso de amor, al entrar en el mundo le dijo al Padre: "Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me diste un cuerpo a propósito; holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron; entonces dije: Heme aquí presente" (Heb. 10, 5-7). Y ofreciendo su sacrificio, con una sola oblación, la del Calvario, perfeccionó para siempre a los santificados (Heb. 10, 12-14). Y el hombre, deudor de Dios, pagó su deuda con precio infinito; alejado de Él, pudo acercarse con confianza (Heb. 10, 19-22); degradado por la hecatombe de origen, fue rehabilitado y restituido a su primitiva dignidad. Se había acabado todo lo viejo; la reconciliación estaba hecha por medio de Jesucristo; Dios y el hombre habían sido puestos cerca por la Sangre de Cristo Jesús. Todo había sido reconciliado en el cielo y en la tierra por la Sangre de la Cruz (2 Cor. 5, 18-19; Eph. 2, 16; Col. 1, 20).
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La sangre real de Cristo (Lc. 1, 32; Apoc. 22, 16), divina y humana, sangre preciosa, precio del mundo, había realizado el milagro. El rescate fabuloso estaba pagado. "Nada es capaz de ponérsele junto para compararla, porque realmente su valor es tan grande que ha podido comprarse con ella el mundo entero y todos los pueblos" (San Agustín).
Pudo Jesucristo redimir al mundo sin derramar su Sangre; pero no quiso, sino que vivió siempre con la voluntad de derramarla por entero. Hubiera bastado una sola gota para salvar a la humanidad; pero Jesús quiso derramarla toda, en un insólito y maravilloso heroísmo de caridad, fundamento de nuestra esperanza.
¡Oh generoso Amigo, que das la vida por tus amigos! ¡Oh Buen Pastor, que te entregaste a la muerte por tus ovejas! (lo. 15, 13: 10, 15). ¡Y nosotros no éramos amigos, sino pecadores! Jesucristo se nos presenta como el Esposo de los Cantares, cándido y rubicundo; por su santidad inmaculada, mas blanco que la nieve; pero con una blancura como la de las cumbres nevadas a la hora del crepúsculo, siempre rosada por el anhelo, por la voluntad, por el hecho inaudito de la total efusión de su Sangre redentora.
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"¡Sangre y fuego, inestimable amor!", exclamaba Santa Catalina de Siena. "La flor preciosa del cielo, al llegar la plenitud de los tiempos, se abrió del todo y en todo el cuerpo, bañada por rayos de un amor ardentísimo. La llamarada roja del amor refulgió en el rojo vivo de la Sangre" (SAN BUENAVENTURA, La vid mística, 23).
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Las tres formas legítimas de religión con las que Dios ha querido ser honrado a lo largo de los siglos (patriarcal, mosaica y cristiana) están basadas en un pacto que regula las relaciones entre Dios y el hombre; pacto sellado con sangre (Gen. 17, 9-10,13; Ex. 24, 3-7,8; Mt. 26, 8; Mc. 14, 24: Lc, 22, 20; 1 Cor. 11, 25). La Sangre purísima de Jesucristo es la Sangre del Pacto nuevo, del Nuevo Testamento, que debe regular las relaciones de la humanidad con Dios hasta el fin del mundo.
Cada uno de estos pactos es un mojón de la misericordia de Dios, que orienta la ruta de la humanidad en su camino de aproximación a la divinidad: caída del hombre, vocación de Abraham, constitución de Israel, fundación de la Iglesia.
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Todo pacto tiene su texto. El texto del Nuevo Testamento es el Evangelio en su expresión más comprensiva, que significa el cúmulo de cosas que trajo el Hijo de Dios al mundo y que se encierran bajo el nombre de la "Buena Nueva". Buena Nueva que comprende al mismo Jesucristo, alfa y omega de todo el sistema maravilloso de nuestra religión; la Iglesia, su Cuerpo Místico, con su ley, su culto y su jerarquía; los sacramentos, que canalizan la gracia, participación de la vida de Dios, y el texto precioso de los sagrados Evangelios y de los escritos apostólicos, llamados por antonomasia el Nuevo Testamento, luz del mundo y monumento de sabiduría del cielo y de la tierra.
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Además, el Pacto lleva consigo compromisos y obligaciones que Cristo ha cumplido y sigue cumpliendo, y debe cumplir también el cristiano. Antes de ingresar en el cristianismo y de ser revestidos con la vestidura de la gracia hicimos la formalización del Pacto de sangre, con sus renuncias y con la aceptación de sus creencias. "¿Renuncias?... ¿Crees?..., nos preguntó el ministro de Cristo. "¡Renuncio! ¡Creo!" "¿Quieres ser bautizado?" "¡Quiero!" Y fuimos bautizados en el nombre de la Trinidad Santísima y en la muerte de Cristo, para que entendiéramos que entrábamos en la Iglesia marcados con la Sangre del Hijo de Dios. Quedó cerrado el pacto, por cuyo cumplimiento hemos de ser salvados. “La Sangre del Señor, si quieres, ha sido dada para ti; si no quieres, no ha sido dada para ti. La Sangre de Cristo es salvación para el que quiere, suplicio para el que la rehusa" (Serm. 31, lec.9, Brev. in fest. Pret. Sanguinis).
El pacto de paz y reconciliación tendrá su confirmación total en la vida eterna. "Entró Cristo en el cielo -dice Santo Tomás- y preparó el camino para que también nosotros entráramos por la virtud de su Sangre, que derramó en la tierra" (3 q.22 a.5).
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"No os pertenecéis a vosotros mismos. Habéis sido comprados a alto precio. Glorificad, pues, y llevad a Dios en vuestro cuerpo", advierte San Pablo (1 Cor. 6, 19.20). Glorificar a Dios en el propio cuerpo significa mantener limpia y radiante -por una vida intachable y una conducta auténticamente cristiana- a imagen soberana de Dios, impresa en nosotros por la creación, y la amable fisonomía de Cristo, grabada en nuestra alma por medio de los sacramentos. Si nos sentimos débiles, vayamos a la misa, sacrificio del Nuevo Testamento, y acerquémonos a la comunión para beber la Sangre que nos dará la vida (lo. 6, 54).
En esta hora de sangre para la humanidad sólo los rubíes de la Sangre de Cristo pueden salvarnos. Con Catalina de Siena. "os suplico, por el amor de Cristo crucificado, que recibáis el tesoro de la Sangre, que se os ha encomendado por la Esposa de Cristo", pues es sangre dulcísima y pacificadora, en la que "se apagan todos los odios y la guerra, y toda la soberbia del hombre se relaja".
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Si para el mundo es ésta una hora de sangre, para el cristiano ha sonado la hora de la santidad. Lo exige la Sangre de Cristo. "Sed. Santos -amonestaba San Pedro a la primera generación cristiana-, sed santos en toda vuestra conducta, a semejanza del Santo que os ha llamado a la santidad... Conducíos con temor durante el tiempo de nuestra peregrinación en la tierra, sabiendo que no habéis sido rescatados con el valor de cosas perecederas, el oro o la plata, sino con la preciosa Sangre de Cristo, que es como de Cordero incontaminado e inmaculado" (1 Petr. 1, 15-18).
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Roguemos al Dios omnipotente y eterno que, en este día, nos conceda la gracia de venerar, con sentida piedad, la Sangre de Cristo, precio de nuestra salvación, y que, por su virtud, seamos preservados en la tierra de los males de la vida presente, para que gocemos en el cielo del fruto sempiterno (Colecta de la festividad).
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¡Acuérdate, Señor, de estos tus siervos, a los que con tu preciosa Sangre redimiste!





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miércoles, 30 de mayo de 2012

Junio mes del Sagrado Corazón de Jesús

 Santa Misa Tradicional en reparación al Sagrado Corazón de Nuestro Señor


La Santa Misa que se llevara a cabo este próximo 01 de Junio del presente año, tiene como fin, desagraviar al Sagrado Corazón de Jesús, por todas las ofensas que de la ingratitud de los hombres recibe. Por lo que se invita a la comunidad católica devota del  Sacratísimo Corazón del Señor para que asista, y aquellos que deseen empezar con los viernes primeros de mes, y hacer efectivas las promesas que Nuestro Señor revelo a Santa María Margarita Alacoque, es una buena oportunidad. 

La Misa se llevara a cabo en la parroquia de San José, a las 6:45 de la tarde, y desde las  5 de la tarde rezara el santo rosario con la letanía al Sagrado Corazón de Jesús, ademas del ofrecimiento de flores. 

El oficiante sera el R. Padre Kenneth Fryar de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro. Las confesiones empezaran desde las 5 de la tarde.

Están cordialmente invitados.

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confió.


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lunes, 7 de mayo de 2012

Visita del R. Padre John Berg

Visita del Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro a la Diócesis de Gómez Palacio


   El próximo 9 de mayo tenemos el honor de recibir en la Comarca Lagunera al Reverendísimo  Padre John Berg, Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, el cual visitara nuestro apostolado en la Diócesis de Gómez Palacio. El Padre Berg oficiara Misa cantada el próximo miércoles 9 del presente mes, a las 7 de la noche en la Parroquia de San José.

   El Superior General viene acompañado del R. P. Kenneth Fryar FSSP, quien también oficiara  la Santa Misa rezada, el jueves a las 8 de la mañana con motivo del día de las madres.

  Les pedimos sus oraciones por este gran acontecimiento.




Una Voce México en la Laguna.


domingo, 26 de febrero de 2012

Magisterio sobre la lengua latina

50 aniversario de la Constitución Veterum Sapientia sobre la lengua latina


A pesar del silencio, se cumplió el pasado 22 de febrero del 2012, el 50° aniversario de la publicación de la Constitución Apostólica Veterum Sapientia del venerable Papa Juan XXIII sobre la importancia de la Lengua latina en la Iglesia.  


Por eso con el interés de fomentar el valor y la importancia de la Lengua latina en la Iglesia, vale la pena reproducir esta importante constitución que es parte del Magisterio de la Iglesia, y que sigue teniendo total vigencia.


CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
VETERUM SAPIENTIA
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DE SU SANTIDAD
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JUAN
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POR LA DIVINA PROVIDENCIA
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PAPA XXIII
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PARA PROMOVER EL ESTUDIO DEL LATÍN
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JUAN OBISPO

SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS
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SOBRE EL RENACIMIENTO, EL ESTUDIO Y USO DEL LATÍN
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Primera Parte
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Excelencia y méritos de la lengua latina

La antigua sabiduría encerrada en la literatura de los griegos y de los romanos, así como las preclaras enseñanzas de los pueblos antiguos, deben considerarse como una aurora preanunciadora del Evangelio que el Hijo de Dios, árbitro y maestro de la gracia y de la doctrina, luz y guía de la humanidad [1], ha anunciado en la tierra. En efecto, los padres y los Doctores de la Iglesia reconocieron en esos antiquísimos e importantísimos monumentos literarios, cierta preparación de los espíritus para recibir las riquezas divinas, que Jesucristo en la economía de la plenitud de los tiempos [2] comunicó a los hombres; por consiguiente, con la introducción del cristianismo en el mundo, nada se perdió de cuanto los siglos precedentes habían producido de verdadero, de justo, de noble y de bello.
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Es una herencia preciosa transmitida a la Iglesia
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Por tanto, la Iglesia rindió siempre sumo honor a estos venerables documentos de sabiduría, y sobre todo a las lenguas griega y latina, que de la sabiduría misma son como el áureo ropaje; y acogió asimismo el uso de otras venerables lenguas, florecidas en Oriente, que mucho contribuyeron al progreso humano y a la civilización y que, usadas en los sagrados ritos y en las versiones de las Sagradas Escrituras, se encuentran aún en vigor en algunas naciones, como expresión de un antiguo uso, ininterrumpido y vivo.
En esta variedad de lenguas se destaca sin duda la que, nacida en el Lacio, llegó a ser más tarde admirable instrumento para la propagación del cristianismo en Occidente. Ya que, ciertamente no sin especial providencia de Dios, esta lengua, que durante muchos siglos unió a muchas gentes bajo la autoridad del Imperio; llegó a ser la lengua propia de la Sede Apostólica [3] y, conservada para la posteridad, unió entre sí con estrecho vínculo de unidad a los pueblos cristianos de Europa.
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Las dotes del latín corresponden a la naturaleza y la misión de la Iglesia.
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En efecto, la lengua latina es por su naturaleza perfectamente adecuada para promover cualquier forma de cultura en cualquier pueblo: no suscita celos, se muestra imparcial con todos, no es privilegio de nadie y es bien aceptada por todos. Y no cabe olvidar que la lengua latina tiene una conformación propia, noble y característica: un estilo conciso, variado, armonioso, lleno de majestad y de dignidad [4] que conviene de modo singular a la claridad y a la gravedad.
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Por estos motivos la Sede Apostólica se ha preocupado siempre de conservar con celo y amor la lengua latina, y la ha estimado digna de usarla ella misma, como espléndido ropaje de la doctrina celestial y de las santísimas leyes [5],en el ejercicio de su sagrado ministerio, así como de que la usaran sus ministros. Donde quiera que éstos se encuentren, pueden, con el conocimiento y el uso del latín, llegar a saber más rápidamente todo lo que procede de la Sede Romana, así como comunicarse más libremente con ella y entre sí.
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Por lo tanto, el pleno conocimiento y el fácil uso de esta lengua, tan íntimamente ligada a la vida de la Iglesia, interesan más a la religión que a la cultura y a las letras [6], como dijo Nuestro Predecesor de inmortal memoria, Pío XI, el cual indagando científicamente sus razones, indicó tres dotes de esta lengua, en admirable consonancia con la naturaleza de la Iglesia. En efecto, la Iglesia, al abrazar en su seno a todas las naciones y al estar destinada a durar hasta la consumación de los siglos, exige por su misma naturaleza una lengua universal, inmutable, no popular [7].
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Lengua universal
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Dado que toda la Iglesia tiene que depender de la Iglesia Romana y que los Sumos Pontífices tienen verdadera potestad episcopal, ordinaria e inmediata, no solamente sobre todas y cada una de las iglesias, sino también sobre todos y cada uno de los Pastores y fieles [8] de todos los ritos, pueblos y lenguas, resulta como consecuencia que el instrumento de mutua comunicación debe ser universal y uniforme sobre todo entre la Santa Sede y las diferentes Iglesias del mismo rito latino. Por lo tanto, los Romanos Pontífices cuando quieren instruir a los pueblos católicos, lo mismo que los Ministerios de la Curia Romana en la resolución de asuntos y en la redacción de decretos que afectan a toda la comunidad de los fieles, usan siempre la lengua latina, por ser ésta aceptada y grata a todos los pueblos como voz de la madre común.
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Lengua inmutable
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No tan sólo universal sino también inmutable debe ser la lengua usada por la Iglesia. Porque si las verdades de la Iglesia Católica fueran encomendadas a algunas o muchas de las mudables lenguas modernas, ninguna de las cuales tuviera autoridad sobre las demás, acontecería que, varias como son, no a muchos sería manifiesto con suficiente precisión y claridad el sentido de tales verdades, y por otra parte no habría ninguna lengua que sirviera de norma común y constante, sobre la cual tener que regular el exacto sentido de las demás lenguas. Pues bien, la lengua latina, ya desde hace siglos sustraída a las variaciones de significado que el uso cotidiano suele introducir en los vocablos, debe considerarse fija e invariable, ya que los nuevos significados de algunas palabras latinas, exigidos por el desarrollo, por la explicación y defensa de las verdades cristianas, han sido desde hace tiempo determinados en forma estable.
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Tesoro incomparable y clave de la tradición
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Además, la lengua latina, a la que podemos verdaderamente llamar católica [9] por estar consagrada por el constante uso que de ella ha hecho la Sede Apostólica, madre y maestra de todas las Iglesias, debe considerarse un tesoro ... de valor incomparable [10], una puerta que pone en contacto directo con las verdades cristianas transmitidas por la tradición y con los documentos de la enseñanza de la Iglesia [11] ; y, en fin, un vínculo eficacísimo que une en admirable e inalterable continuidad a la Iglesia de hoy con la de ayer y de mañana.
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Eficacia formativa
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Además, no hay nadie que pueda poner en duda toda la eficacia especial que tienen tanto la lengua latina como, en general, la cultura humanística, en el desarrollo y formación de las tiernas mentes de los jóvenes. En efecto, cultiva, madura y perfecciona las mejores facultades del espíritu; da destreza de mente y fineza de juicio; ensancha y consolida a las jóvenes inteligencias para que puedan abrazar y apreciar justamente todas las cosas y, por último, enseña a pensar y a hablar con orden sumo.
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Por estos méritos la Iglesia la ha sostenido siempre y la sostiene.
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Si se ponderan, en efecto, estos méritos, se comprenderá fácilmente por qué tan frecuentemente los Romanos Pontífices no solamente, han exaltado tanto la importancia y la excelencia de la lengua latina sino que incluso han prescrito su estudio y su uso a los sagrados ministerios del clero secular y regular, denunciando claramente los peligros que se derivan de su abandono.
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También Nos, por lo tanto, impulsados por los mismos gravísimos motivos que ya movieron a Nuestros Predecesores y a los Sínodos Provinciales [12], deseamos con firme voluntad que el estudio de esta lengua, restituida a su dignidad, sea cada vez más fomentado y ejercitado. Y como el uso de latín se pone durante nuestros días en discusión en algunos lugares y muchos preguntan cuál es a este propósito el pensamiento de la Sede Apostólica, hemos decidido proveer con normas oportunas, enunciadas en este solemne documento para que el antiguo e ininterrumpido uso de la lengua latina sea mantenido y donde hubiera caído casi en abandono, sea absolutamente restablecido.
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Por lo demás, creemos que Nuestro pensamiento sobre esta cuestión ha sido ya por Nos con suficiente claridad expresado con estas palabras dichas a ilustres estudiosos de latín: "Por desgracia, hay muchos que extrañamente deslumbrados por el maravilloso progreso de las ciencias, pretenden excluir o reducir el estudio del latín y de otras disciplinas semejantes... Nos, en cambio, precisamente por esta impelente necesidad, pensamos que debe seguirse un camino diferente. Del mismo modo que en el espíritu penetra y se fija lo que más corresponde a la naturaleza y dignidad humana, con más ardor hay que adquirir cuanto forma y ennoblece el espíritu, con el fin de que los pobres mortales no lleguen a ser, como las maquinas que construyen, fríos, duros y carentes de amor" [13].
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Segunda Parte
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Disposiciones del Papa para un renacimiento del estudio y del uso del latín
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Después de haber examinado y ponderado cuidadosamente cuanto hasta ahora se ha expuesto, Nos, en la segura conciencia de Nuestra misión y de Nuestra autoridad, determinamos y ordenamos cuanto sigue:
1. Tanto los Obispos como los Superiores Generales de Ordenes Religiosas provean para que en sus Seminarios y Escuelas, en donde los jóvenes son preparados para el sacerdocio, todos se muestren en este punto dóciles a la voluntad de la Sede Apostólica, y se atengan escrupulosamente a estas Nuestras prescripciones.
2. Velen igualmente con paternal solicitud para que ninguno de sus súbditos, por afán de novedad, escriba contra el uso de la lengua latina tanto en la enseñanza de las sagradas disciplinas como en los sagrados ritos de la Liturgia ni, movidos por prejuicios, disminuya en esta materia la fuerza preceptiva de la voluntad de la Sede Apostólica y altere su sentido.
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3. Como se halla establecido tanto por el Código de Derecho Canónico (can. 1.364) [14] como por Nuestros Predecesores, los aspirantes al sacerdocio, antes de empezar los estudios propiamente eclesiásticos, sean instruidos con sumo cuidado en la lengua latina por profesores muy expertos, con método adecuado y por un período de tiempo apropiado, para que no suceda luego que, al llegar a las disciplinas superiores, no puedan, por culpable ignorancia del latín, comprenderlas plenamente, y aún menos ejercitarse en las disputas escolásticas con las que las mentes de los jóvenes se adiestran en la defensa de la verdad [15]. Y esto entendemos que valga también para los que han sido llamados al sacerdocio por Dios ya maduros en edad, sin haber hecho ningún estudio clásico o demasiado insuficiente. Nadie, en efecto, habrá de ser admitido al estudio de las disciplinas filosóficas o teológicas si antes no ha sido plenamente instruido en esta lengua y si no domina su uso.
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4. Si en algún país el estudio de la lengua latina ha sufrido en algún modo disminuciones en daño de la verdadera y sólida formación, por haber las escuelas eclesiásticas asimilando los programas de estudio de las públicas, deseamos que allí se conceda de nuevo el tradicional lugar reservado a la enseñanza de esta lengua; ya que todos deben convencerse de que también en este punto hay que tutelar escrupulosamente las exigencias propias de la formación de los futuros sacerdotes, no tan sólo por lo que se refiere al número y calidad de las materias sino también por lo que concierne al tiempo que debe atribuirse a su enseñanza. Que si, por circunstancias de tiempo y de lugar, otras materias hubiesen de ser añadidas a las en uso, entonces o habrá que ampliar la duración de los estudios o esas disciplinas habrán de darse en forma compendiosa, o habrá que dejar su estudio para otro tiempo.
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5. Las principales disciplinas sagradas, como se ha ordenado en varias ocasiones, deben ser enseñadas en latín, lengua que por el uso desde hace tantos siglos sabemos que es apropiadísima para explicar con facilidad y con claridad singular la íntima y profunda naturaleza de las cosas [16], porque a más de haberse enriquecido ya desde hace muchos siglos con vocablos propios y bien definidos en el sentido y por lo tanto adecuados para mantener íntegro el depósito de la fe católica, es al mismo tiempo muy adecuada para que se evite la superflua verbosidad. Por lo tanto, los que en las Universidades o en Seminarios enseñen estas disciplinas están obligados a hablar en latín y a servirse de textos escritos en latín. Que si, por ignorancia de la lengua latina, no pueden convenientemente cumplir con estas prescripciones de la Santa Sede, poco a poco sean remplazados por otros profesores más idóneos. Las dificultades, por otra parte, que pueden venir por parte de los alumnos o de los profesores, deben ser superadas por la firme voluntad de los Obispos y Superiores Religiosos, y por la dócil y buena voluntad de los maestros.
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6. Dado que la lengua latina es lengua viva dela Iglesia, con el fin de que sea adecuada a las necesidades lingüísticas día a día mayores, y para que sea enriquecida con nuevos vocablos propios y adecuados, en manera uniforme, universal y conforme con la índole de la antigua lengua latina -manera ya seguida por los Santos Padres y por los mejores escritores escolásticos-, damos mandato a la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades de Estudios, con el fin de que cuiden de fundar un Instituto Académico de la lengua latina. Este Instituto, que habrá de tener su propio cuerpo de profesores expertísimos en las lenguas latina y griega provenientes de las diversas partes del mundo, tendrá como finalidad principal -como ocurre con las Academias Nacionales, fundadas para promover las respectivas lenguas- la de dirigir el ordenado desarrollo de la lengua latina, enriqueciendo , si es preciso, el léxico de palabras que sean conformes con la índole y colorido propio; y al mismo tiempo disponer de escuelas de latín de todas las edades y sobre todo de la edad cristiana. En estas escuelas serán formados en el conocimiento más pleno y profundo del latín, en su uso, en el estilo propio y elegante, los que están destinados a enseñarlo en los Seminarios y Colegios Eclesiásticos, o a escribir decretos, sentencias y cartas en los Ministerios de la Santa Sede, en las Curias Episcopales y en las Oficinas de las Ordenes Religiosas.
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7. Hallándose la lengua latina estrechamente ligada a la griega por la naturaleza de su conformación y por la importancia de las obras que nos han sido legadas, también en ella, como han ordenado a menudo Nuestros Predecesores, habrán de ser instruidos los futuros ministros del altar desde las escuelas inferiores a medias, con el fin de que cuando estudien las disciplinas superiores y sobre todo si aspiran a los grados académicos en Sagrada Escritura y en Teología, puedan señalar y rectamente comprender no solamente las fuentes griegas de la filosofía escolástica, sino también los textos originales de la Sagrada Escritura, de la Liturgia y de los Santos Padres Griegos [17].
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8. Damos orden asimismo a la Sagrada Congregación de Estudios para que prepare un Ordenamiento de los estudios de latín -que habrá de ser observado por todos fielmente- y tal que proporcione a cuantos lo sigan un conveniente conocimiento y uso de esta lengua.
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Este programa podrá, por exigencias particulares, ser ordenado de otro modo por las diversas Comisiones de Ordinarios, sin que, sin embargo, sea jamás cambiada o atenuada su naturaleza y su fin. Sin embargo, los Ordinarios no crean poder realizar proyectos sin que la Sagrada Congregación los haya examinado y aprobado primeramente.
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Cuanto con esta Nuestra Constitución hemos establecido, decretado, ordenado y solicitado, pedimos y mandamos con Nuestra autoridad que se mantenga definitivamente firme y sancionado, y que ninguna otra prescripción o concesión, incluso digna de mención especial, tenga ya vigor contra esta orden.
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Dada en Roma, junto a San Pedro, el 22 de febrero, fiesta de la Cátedra de San Pedro, el año 1962, cuarto de Nuestro Pontificado.
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IOANNES P.P. XXIII
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Notas
[1] Tertu., Abol., 21; Migne, Pl. 1, 394.
[2] Ef. 1,10.
[3] Epist. S. Cong. Estud. Vehementer Sane, Ad Episc. universos, 1º de julio de 1908; Ench. Cler. nº 820. Cfr. también Epist. Ap. de Pío XI, Unigenitus Dei Filius, 19 de marzo de 1924: A.A.S. 16 (1924), 141.
[4] Pío XI, Epist. Ap. Officiorum omnium, 1º de agosto de 1922: A.A.S. 14 (1922), 452-453.
[5] Pío X, Motu Proprio Litteratum Latinarum, 20 de octubre de 1924: A.A.S. 16 (1924), 417.
[6] Pío XI, Epist. Ap. Officiarum omnium, 1º de agosto de 1922: A.A.S. 14 (1922), 452.
[7] Ibem.
[8] S. Ireneo. Adver. Haer., 3,3,2; Migne, PG 7. 848.
[9] Cfr. Pío XI, Epist. Ap. Officiorum omnium, 1º de agosto de 1922: A.A.S. 14 (1922), 453.
[10] Pío XI, Officiorum omnium, 1º de agosto de 1922: A.A.S. 14 (1922), 453.
[11] León XIII, Epist. Encicl. Después del día, 8 de sept. de 1809; Acta Leonis XIII, 19 (1899), 166.
[12] Cfr. Collectio Lacensis, sobre todo : Vol. III, 1018 ss. (Conc. Prov. Westmonasteriense, 1859); Vol. IV, 29 (Conc. Prov. Parisiense, 1849); Vol. IV, 394, 390 (Conc. Prov. Avenionense, 1848); Vol. IV, 394, 396 (Conc. Prov. Burdigalense, 1850) Vol. V, 61 (Conc. Strigoniense, 1858); Vol. VI, 619 (Synod. Vicar. Suchnensis, 1803).
[13] Ad. Conventum Internat. " Ciceronianis studiis provehendis" 7 de sep. de 1959; en Discursos, Mensajes y Coloquios de Santo Padre Juan XXIII. pags. 234-235. Cfr. también Aloc. a la Peregrinación de la Diócesis de Placenza, 15 de abril de 1959); Epist. Pater Misericordiarum, 22 de agosto de 1961; A.A.S. 53 (1961); Aloc. con ocasión de la solemne inauguración del Colegio Filipino en Roma el 7 de octubre de 1961; Epist. Iucunda laudatio, 9 de diciembre de 1961; A.A.S. 53 (1961), 812.
[14] Canon 1.364 del Código de Derecho Canónico de S.S. Benedicto XV de 1917. En el nuevo Código de Derecho Canónico promulgado por mandato de S.S. Juan Pablo II de 1983, corresponde a canon 249 en donde se dice:" ...no solo sean instruidos cuidadosamente en su propia lengua, sino a que dominen la lengua latina, ...."
[15] Pío XI, Epist. Ap. Officiorum omnium, 1º de agosto de 1922; A.A.S. 14 (1922), 453.
[16] Epist. de la S.S. de los Estudios. Vehementer sane, 1º de julio de 1908; Ench. Cler., n. 821.
[17] León XIII, Carta Enc. Providentisimus Deus, 18 de nov. de 1893; Acta Leonis XIII, 13 (1893), 342; Epist. Plane quidem intelligis, 20 de mayo de 1885, Acta 63-64; Pío XII, Aloc. Magis quam, 23 de sep. de 1951: A.A

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martes, 24 de enero de 2012

La fe crea belleza

Si la Fe es viva..



La fe es amor y por ello crea poesía y crea música. La fe es alegría y por ello crea belleza.

Y si la fe sigue viva, esta herencia cultural no muere, sino que sigue viva y presente. Los iconos siguen hablando hoy al corazón de los creyentes; no son cosas del pasado. Las catedrales no son monumentos medievales, sino casas de vida, donde nos sentimos "en casa": en ellas encontramos a Dios y nos encontramos los unos con los otros. Tampoco la gran música el canto gregoriano, o Bach o Mozart es algo del pasado, sino que vive en la vitalidad de la liturgia y de nuestra fe.

Si la fe es viva, la cultura cristiana no se convierte en cosa del"pasado", sino que sigue viva y presente. Y si la fe es viva, también hoy podemos responder al imperativo que siempre se repite en los Salmos: "Cantad al Señor un cántico nuevo".


(Benedicto XVI, Audiencia General, Ciudad del Vaticano, Mayo 21, 2008)


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miércoles, 4 de enero de 2012

Misa Tradicional 6 de Enero

Santa Misa Tradicional 
con motivo de la Epifanía del Señor



Estimados Hermanos 
Este viernes 6 de Enero del 2012 tendremos la Santa Misa tradicional cantada (forma extraordinaria) en la parroquia de San José de Gómez Palacio Durango con motivo de la Epifanía del Señor, dignándose oficiar el R. Padre Kenneth Fryar de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, quién hace un gran esfuerzo para trasladarse de Guadalajara a la Comarca Lagunera.

La Santa Misa con la gracia de Dios, se estará celebrado todos los viernes (7:00 p.m.) y sábados (8: 00 a.m. ) primeros de cada mes,  gracias a la buena voluntad del Obispo de Gómez Palacio, Su Excelencia Rev. Monseñor José Guadalupe Torres Campos, para aplicar el Motu Proprio Summorum Pontificum del Santo Padre Benedicto XVI en su Diócesis y poner al acceso de las nuevas generaciones las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia, y darles su justo puesto.

La Parroquia de San José se encuentra ubicada en la Av. Rayón 925 Sur esquina con Ignacio Ramírez en Gómez Palacio ( a 3 cuadras de Plaza Imagen). 

Arturo M. I. Gallardo

UNA VOCE MEXICO EN LA LAGUNA


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